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El viaje

Estoy tranqui viajando en mi auto, escuchando mi música la verdad no se adónde voy solo se que decidí huir quizás para encontrarme con mi verdadero yo. El día me ayuda este sol radiante me llena de vida de nuevas promesas de nuevas ilusiones.
No llevo un mapa ni una guía nunca lo hice, iré a favor del viento hasta que me alcance el combustible. En este viaje voy solo pero quizás me está esperando alguien mi media naranja o mi medio limón, la verdad no lo se.

Nicolás Nuñez

Buen viaje, hombre bala



La nube

Mientras miro una nube recostado en el césped verde del parque, todos caretean alrededor, rien, pasean a sus mascotas o sentados llenos de conversaciones practican el tradicional Pic-Nic en una pose que adoptan, o especie de ritual que se remonta a la infancia más precisamente jardín o prescolar, sentados en canastita cual huevo podrido, juego popular por entonces.
Diviso ésta y otras cosas pero con indiferencia al respecto, como que no me importa ya que estoy cautivado por una nube, fenómeno gaseoso que parece imponerse en el firmamento. El divisar esta nube parece que motiva mi imaginación que busca hallar una figura en el blanco que se destaca del entorno celeste del cielo, cual lienzo que aparece en el fondo.

Nicolás Nuñez


El grito del silencio

El silencio me dice: calla. Y algo dentro mío quiere gritar. Escucho una leve música a lo lejos, es una cumbia lenta. Escucho otra radio encendida en la habitación de al lado y digo: ¿dónde está el silencio? Escucho las duchas que pierden agua y hacen mucho ruido. Escucho un mueble  que raspa el suelo de mis vecinos y pasos que retumban en mi techo. Entonces me pregunto: ¿cómo encuentro el silencio? Quiero silencio, ¿cómo hago? Me tapo los oídos, pienso, ¿por qué no? Lo hago, ¿silencio? por un instante, después me doy cuenta que comienza un zumbido y que cada vez es más fuerte. Empiezo a notar que sigo escuchando todo, bien a lo lejos, y más pensamientos me confunden. Entonces cierro los ojos. Veo una silueta de mujer con los brazos extendidos hacia arriba y en las manos un paño de seda transparente que toca el suelo y envuelve su cuerpo que se deja llevar por el viento como unos tres metros, flameándose. Un fondo de nubes brillantes reflejadas por el sol que no se ve en el cielo y montes a lo lejos.
Este paisaje no desaparece de mi mente hasta que algo muy pero muy dentro mío me dice otra vez: silencio, guarda silencio. Entonces callo mi mente por diez minutos. Después oigo el sonido de una reja que se abre. Esta vez es diferente, el ruido no me molesta porque no está más, hay algo… escucho música a lo lejos que se me quiere acercar (pero no es cumbia). También escucho algo como otra radio que se está encendiendo, pero no es en la habitación de al lado sino en esta. Y oigo un susurro que dice: el entendimiento se acerca como música leve y la sabiduría se enciende en el silencio. Entonces entiendo.
Oigo las duchas y veo una madre llorando por su hijo, y eso hace ruido en mi corazón. Oigo el raspar del placard de mi vecino y pienso, mi gloria duerme en un placard y eso de hazte fama y héchate a dormir, cambia si despiertas. Los pasos que retumban en mi techo son la culpa que llevo por doquier. En la imagen de mi mente no se ve le sol (mi padre), no hay luna (mi madre), ni estrellas (mis hermanos), no hay aves (mis amigos). Sólo hay nubes que tapan el cielo pero un brillo se deja ver.
Hago hoy todo nuevo, oigo en mi corazón. La vida alza las manos y en el silencio me muestra su transparencia.

Hernán G. Ciarlo

Paraná



A ella la conocí una noche de verano, mi cuerpo sudaba de calor pero mi corazón estaba frío por la pérdida de una amor. Ella se presentó como una dama y en su primer aparición en escena fue mía.
Con el tiempo me di cuenta que no era un juego, me estaba enamorando. Entonces no fue igual, ella era importante y se manejaba en un entorno elevado, con empresarios, ejecutivos, abogados, personas de otro nivel social. Para poder tenerla tenía que pagar cada vez más, eso me frustraba y no quería ser menos que los otros. Así que cada vez pagaba, gastaba más.
Me había metido en un juego mortal por el cual llegué a vender todo lo que tenía, toda mi familia estaba en contra de ella: ninguno me entendía, nadie se ponía en mi lugar, nadie me ayudaba. Yo estaba perdido y tenía una venda negra en los ojos que nadie me podía quitar.
Lo que más me hacía sufrir no era que ella estaba con uno y con otro porque yo la conocí así; era que cuando yo más la necesitaba no estaba, y cuánto más la quería, más faltaba. Me había metido en un laberinto de tiempo-espacio-sentimiento.
En ese tiempo conocí dos que se me hicieron amigos, el nombre de una era Robo y el otro Muerte. Estuve mucho tiempo con ellos, me hacían estar cerca de ella, la tenía cuando yo quería. Pero tenerla costaba un precio que todavía yo no conocía: Era una noche de invierno, me encontraba sin nadie más, en una coartada oscura, solo con ella y otras más agonizando de tristeza. Mi cuerpo sudaba no de calor y mi corazón ardía (latía tan rápido que sentía tambores en los oídos). Esta vez no era ninguna pérdida, sino sobredosis de ella.
En ese momento aparece un hombre, extiende sus manos con marcas que las atravesaban de lado a lado: me levanta, me abraza y me dice que me ama. Me pregunta: ¿por qué llorás? Porque perdí todo lo que tengo, quiero estar con mi familia pero se fueron, no tengo a nadie. Usted me dice que me ama pero yo no lo conozco. Ese es un problema –dice el hombre-, nadie reconoce el amor sin antes conocer el sufrimiento. Mientras tengas la capacidad de reconocer al amor, todo estará bien. Entonces –le digo-, ¿vos sos el amor? Si soy yo –me dice- extiende sus manos marcadas hacia mis ojos y me quita el velo negro. Me dice: reconocé el bien y seguilo.
Me pone algo en el bolsillo de la camisa y se va alejando, despacio. Caminé hacia él hasta que desapareció. En ese preciso momento aparecen otros muchos hombres del cielo: eran azules y tenían estrellas. También vi en un auto a Robo y a Muerte que me apuntaban con un dedo: no, no, mis amigos me traicionaron. Y entendí que todo tiene un precio: por Robo estoy preso, Muerte sigue dando vueltas alrededor mío (pero mi amigo Amor no la deja que me toque).
La dama me vino a ver dos o tres veces, finalmente la eché.
Ahora espero a mi familia que entre a la visita, Amor me dijo que iban a venir. Uy, ¿qué tengo en el bolsillo de la camisa? Un nuevo testamento: Juan:3:16.

Hernán G. Ciarlo